domingo, 13 de diciembre de 2015

SHOW-BUSINESS



A estas alturas, habrá especialistas que hayan interpretado el sentido profundo del alzamiento de cejas del candidato X en el minuto 68,4 del anunciado como “el debate decisivo”, al menos según la decisión decisiva de sus promotores, pues parece ser que, incluso después de ese debate decisivo, hay un porcentaje de indecisos que supera el 23% del electorado. Gracias a una de esas paradojas por las que se rige la democracia, serán esos indecisos quienes decidan qué gobierno tendrán los decididos. Dicho de otra manera: los carentes de ideología decidirán la ideología de los gobernantes de todos.

            Nada más terminar el debate, se planteó la cuestión estelar: “¿Quién ha sido el ganador?”, lo que parecía ser más relevante que el debate en sí, equiparado de ese modo a un concurso de ocio de los muchos que promueven nuestras televisiones, hasta el punto de que echaba uno en falta por allí a Mercedes Milá para proclamar al triunfador y darle un cheque. 

              Se trataba, por supuesto, de una pregunta retórica: aunque no nos revelen los ingresos por publicidad que generó la emisión –con sus consecuentes secuelas interpretativas a cargo de los cartomantes que animan las tertulias mediáticas-, el debate lo ganó indiscutiblemente Atresmedia. Y, dado que no hay ganador sin perdedor, ¿quién perdió? Pues me imagino que la realidad. Es decir, nosotros y nuestras circunstancias: después de dos horas de charloteo errático, difuso y utópico, ¿qué ganó la clientela de esos vendedores de sueños? Pues tal vez lo más barato: perplejidad.

            Se calcula en más de 9 millones los espectadores del cónclave. Imagino, no sé, que la gente esperaba que alguno de los candidatos, en el punto álgido de la controversia, se sacara el machete y le cortase la cabellera al contrincante, o que uno de ellos volviera a desnudarse en público, o que apareciese por sorpresa el presidente del gobierno, salido tal vez de una tarta gigante. De otra manera no se explica tanta expectación en un país en el que la politología se ejerce principalmente en la barra de las tabernas, hábitat natural de los redentores sociopolíticos y de los dueños de las grandes soluciones.

            Podríamos suponer que todo consistió en un espectáculo tan inane como inocente, pero tal vez estaríamos minusvalorando su perversión de fondo. La perversión que supone el desplazar la política al ámbito del entretenimiento televisivo. O la perversión de reducir artificialmente a cuatro las opciones electorales -dos de ellas sin representación parlamentaria en la actualidad-, en atención a los sondeos, lo que viene a ser como planear nuestras vacaciones veraniegas con arreglo a las profecías de Nostradamus. O esa otra perversión que implica el confundir a un campeón de la política con un campeón de la oratoria. O esa perversión, sobre todo, de concebir un programa festivo para tratar una situación colectiva al fin y al cabo dramática.

            Y lo que nos queda.


(Publicado ayer en prensa)
           

1 comentario:

Silvio SALVATICO dijo...

Perversión que también pasa con Donald Trump, será presidente porqué es el que más audiencia proporciona, y por eso los medios apuestan por él, el caso es que dice cosas muy fachas pero tiene destreza hablando y no va a cometer un delito por lo que dice, al contrario cada vez es más radical , la gente se ríe de él, pero esta lanzado y va son freno, a Hillary se la come igual que se ha comido a Bush.