domingo, 11 de agosto de 2013

LA BURBUJA DE LA POMPA



La identificación popular del político con el gusto por el dinero fácil constituye una leyenda inmemorial que, visto lo visto, ha acabado perdiendo su condición nebulosa de leyenda para convertirse en una realidad bastante obscena. “Todos roban”, clama la voz popular. “Todos no somos iguales”, claman los políticos. Uno no sabe si todos roban ni tampoco si son todos iguales, pues para eso tendríamos que ser amigos suyos del alma, pero mucho me temo que tenemos fundamentos de sobra para llegar a la conclusión de que todos son parecidos. Los niveles de corrupción son variables, claro está, lo que no significa que una corrupción insignificante deje de ser una corrupción, por la misma razón por la que una cría de elefante no deja de ser un elefante: basta con que un político haga una llamada privada con su teléfono oficial para convertirse no diremos que en ladrón, pero sí al menos en raterillo. 

Pero no es mi intención hablar hoy de dinero -que es un tema de conversación que todos gastamos con alegría, a diferencia de cómo podemos gastar el dinero mismo-, sino de un asunto digamos que más teatral.

La idea de que el poder no es del todo poder si no va acompañado de una exhibición pomposa del poder es bastante antigua: lo sabían los jefes y hechiceros de las tribus ancestrales, que eran, a su modo, y dentro de sus posibilidades en cuanto a bisutería y complementos, unos claros precursores del fashion-victimismo. Casi nadie estaría dispuesto a tomarse demasiado en serio a un emperador que viviese en un piso de protección oficial, y de ahí que todos los emperadores hayan optado históricamente por los palacios, y mejor cuanto más dorados y marmóreos. Comoquiera que no todo el mundo puede ser emperador, pues las dimensiones de nuestro planeta no dan para tanto, la tendencia de los jerarcas no es otra que la de simular pequeños imperios, de modo que incluso el presidente de una diputación provincial pueda ocupar un palacio para desempeñar sus altas tareas en un marco sugeridor de gran boato e imponencia, con toda la majestuosidad escénica que merece un presidente de diputación. 

Y de ahí para abajo: ves a un concejal de jardines y cementerios subirse, trajeado de oscuro, a un coche oficial de color igualmente oscuro y te dices: “Ahí va Martínez, gran servidor público, a velar por nuestros intereses con la colaboración inestimable de su chofer”. Y te conmueve la entrega de Martínez al bien común a cambio de casi nada: de un sueldo, de unas dietas, de una tarjeta de crédito de libre disposición, de un despacho, de una secretaria, de un gabinete técnico, de un teléfono con cargo al presupuesto común, de un coche oscuro y de un chofer.

Y todos, en fin, tan contentos. Empezando, claro está, por el propio Martínez.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pura vocación la de los Martínez esos, o estos...no sabría decir.








Uno de la Judería

Anónimo dijo...

Cada vez que le leo me convierto en alumno.





Uno de la Judería

Eugenio dijo...

y la impunidad , la impunidad .
Como es posible que una persona ( broker español que busca el FBI para cumplir una posible perpetua ) que gana 10 M de € al año se atreva a estafar a JPMorgan .